La pasarela de los culpantes históricos del des-abastecimiento
La situación de la agricultura para abastecer el mercado
interno fue siempre deprimente (ínfimo desarrollo de las fuerzas productivas) y
la crisis de la agricultura para la exportación también la afectó
negativamente. La actitud de los
propietarios frente a la crisis va desde ajustar la producción a las reducidas
cantidades y bajos precios de exportación, explotando más extensivamente sus
tierras, hasta sustituir cultivos, pero no por productos agrícolas de consumo
masivo, sino por caña y pastizales, cambio que en el caso de Los Andes conllevó
un alto costo ecológico.
La reforma agraria del 61, estructuralmente incompleta, tuvo
entre sus efectos la disminución de la producción, pues, entre sus numerosas limitaciones,
dividió en parcelas unidades de producción productivas, desarticulando la
producción por el carácter privado de cada una de las parcelas y la falta de un
proyecto comunitario. Además, tal había
sido la carencia histórica de los campesinos beneficiados, que la satisfacción
de sus necesidades reprimidas significó el descenso de la producción para el
mercado, y la importación de alimentos se convirtió en rutina política.
Avanzados los ochenta, cuando ya se había producido la
relatifundización y se acentuaba esta tendencia; en la “intelectualidad” comenzó
a privar el criterio de que para qué una nueva reforma agraria si “no había
campesinos con qué hacerla”… y era que miraban la realidad del campo venezolano
a través de las estadísticas que reflejaban un proceso de urbanismo superior al
95% de la población, y desde la fractura neoliberal que estaban sufriendo sus
molleras. ¡Errados los “incautos”! Además,
lo que quedaba de agricultura productiva, sufrió la debacle que
significó la neoliberal “apertura del mercado”, que la coleteó tan intensamente
como a la industria.
La sustitución de importaciones populista provocada por la
crisis del 29-33-54, no alcanzó en Venezuela grandes vuelos. Luego de agotado el populismo, Pérez Jiménez,
inspirado por el efecto demostración de los logros de los países donde se había
dado plenamente, adopta una política económica populista y sienta las bases
definitivas de lo que sería la industria (industrialización es mucho decir)
venezolana en las dos décadas siguientes.
Para el análisis, dejamos de lado la creada bajo los auspicios y control
del Estado y la relacionada con la producción petrolera.
Igual que en los países que alcanzaron la industrialización
a la sombra de la protección que les brindara la crisis mundial, cuando fue
patente la incapacidad de los países desarrollados de atender más lejos de sus
enfermas narices, fue la protección instituida la que permitió el surgimiento
de la industria. En los sesenta se
produjo la separación definitiva entre lo que pudo aproximarse a una burguesía
nacional, los agrupados en ProVenezuela, entre los cuales resalta la figura de
Alejandro Hernández y la “burguesía” que se plegó al capital extranjero, que
vendieron sus emergentes industrias o se ataron a la dependencia a través de
royalties y concesiones. Por su parte,
el capitalismo recuperado de su crisis, encontró los mercados cerrados por el
proteccionismo estatuido y optó por penetrarlo con industrias ensambladoras de
bienes de consumo directo, dependiente de la importación desde sus matrices de
productos semiterminados e insumos, de iguales características en cada una de
las naciones con mercados protegidos, sin importar la dimensión de estos.
En condiciones de protección extrema, sin competencia, la
industria “nacional” produjo de manera ineficiente, no competitiva y sus
productos fueron de mediana o baja calidad.
Excepciones, claro; la que conllevaba protección natural (materiales de
construcción, bebidas, lácteos… ) o de baja composición de capital en el
momento (textiles, tejidos…).
Un industria así planteada cayó estrepitosamente con los
primeros vientos del neoliberalismo, ante el comienzo de la pérdida de la
soberanía y aceptación de la imposición de la apertura de los mercados. Cual fila de dominó desaparecieron o se debilitaron
a extremos textiles, línea blanca y marrón, metalmecánica, química,
farmacéutica, peletera, confección,… y comenzó una recomposición de la de
productos masivos de consumo, incluyendo agroalimentaria y la de productos de
uso personal. También, se incrementó la
venta al capital extranjero o a monopolios nacionales en formación, de
industrias que constituyeron hasta entonces una referencia nacional.
Una característica de involución burguesa, maligna para la
sociedad, afortunada para los protagonistas, fue el desdoblamieno de los
industriales, nacionales y extranjeros, en comerciantes. El capital extranjero comenzó a sacrificar las
líneas de producción, dejando las mínimas para justificar su presencia, y se
convirtieron en importadores de lo que antes fabricaban en el país y de
productos novedosos, desde donde su producción gozaban de mayores ventajas
comparativas. Los empresarios
“nacionales” hicieron otro tanto, contribuyendo a inundar el país con
importaciones perfectamente susceptibles de fabricación nacional. Este comportamiento de la burguesía nacional
y extranjera fue sobretodo exitoso en la nueva situación de control de cambio y
divisas instituido por el Gobierno revolucionario, ya que canalizaron hacia
ellos las divisas cedidas para las importaciones, necesarias o no.
La apertura neoliberal de los mercados trajo otras
consecuencias quizá más destructivas de la economía nacional, además de las
reflejo directo de la desaparición de industrias, como el cultivo del algodón. Fue el abandono definitivo de rubros
agrícolas ahora importados de países con tendencia a la mono producción, la
extensión de su frontera agrícola, la adopción de prácticas agrícolas atadas a
los grandes controladores de nuevas tecnologías, que lograron alta
productividad y arrasaron la agricultura en muchas regiones del mundo. Muchas de esas empresas lograron también
canalizar las divisas otorgadas para la producción de alimentos.
También en aporrea.org
La pasarela de los culpantes históricos del des-abastecimiento
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