La crisis de Corea y el futuro de la humanidad
¿Es Kim Jong-un un infame provocador?
En Yegüines de mi
infancia dos conflictos se tenían como referencia de la calamidad que
significaban las guerras, la de Pregonero y la de Corea. La de Pregonero, por ser Yegüines área de
influencia del general antigomecista Juan Pablo Peñaloza y origen de algunos de
sus montoneros. Ante cualquier pérdida
material, el consuelo que surgía era el de que más se perdió en la guerra de Pregonero. Y la de Corea, por la influencia de los
relatos de la vecina Colombia, único país de América Latina que participó
directamente, y a pesar de que sólo sufrió poco más del 4% de muertes y 8,5% de
heridos entre los soldados participantes, las pérdidas se magnificaron en la
tradición oral popular. De cualquier
cosa deteriorada en extremo, maltrecha o agujereada, se decía que estaba como si hubiese ido a Corea.
La guerra de Corea
nunca finalizó. Fue uno de los
conflictos de contención del “comunismo” que siguieron a la II Guerra Mundial, el
único que quedó sin resolver, con la inestabilidad que conlleva esa situación. El proyecto aplicado en Corea del Norte condujo
a la creación de un Estado sobre valores muy lejanos a los preponderantes
impuestos por el capitalismo, pero de absoluta validez, aun cuando desfigurados
ante la opinión mundial por el aislamiento auto escogido y el impuesto por
los interesados de que no se convirtiese en ejemplo.
Desde el
armisticio, Corea ha sido noticia; siempre la continuación de la guerra se ha
planteado como inminente, y las dos sociedades están preparadas militarmente
para tal acontecimiento, pero en este
momento Corea está recalentando el corazón de los medios, lo que nos deja un mal sabor
en la boca, porque creemos que un enfrentamiento en las condiciones actuales
dejaría a Corea del Norte herida de muerte y al mundo al borde de una
catástrofe.
No creo en la intención
ni en la capacidad de Corea de llevar su poder atómico al corazón del enemigo, ya
que sus portadores son imperfectos, y sí en la saña del imperialismo, capaz de
usar armas nucleares tácticas en el inicio mismo de un enfrentamiento militar. No creo que el poderoso ejército convencional
norcoreano resista por mucho tiempo la arremetida de los ejércitos modernos de
sus enemigos. Creo que la destrucción y
la muerte acabarían con el experimento norcoreano y que su reacción de mayor
alcance apenas será sentida entre vecinos cercanos.
¿Por qué,
entonces, el alboroto permanente de Kim Jong-un? ¿Por qué no
fortalecerse internamente tratando de solucionar las crisis internas que
periódicamente afligen el país? ¿Por qué
atraer sobre si a todo el poder infernal?
¿Por qué no buscar acomodo en un mundo que está en el punto de quiebre
del poder hegemónico y tiende a la multipolaridad? ¿Se cierne sobre Corea del Norte una amenaza
real sobre su existencia como nación?
¿Puede Corea presumir de amigos incondicionales? ¿Cree la dirigencia norcoreana que los efectos
de una guerra atómica focalizada detendrán la agresión del imperialismo
inclemente? ¿No será que los halcones
del imperialismo siempre han deseado establecer un precedente como para evitar
más discordancias en el mundo, y que el actual presidente de Estados Unidos
puede prestarse a este deseo incumplido?
Siria, que está luchando denodadamente contra las
pretensiones del sionismo que ha echado mano a los más atroces métodos para su propósito,
es otro foco posible generador de una catástrofe nuclear mundial, pero contra
las apariencias, es Corea la que está más cerca de ese horror, pues no tiene
aliados que ofrezcan reaccionar contra la locura del imperialismo.
Es el deseo de todos que la historia marche por senderos
propicios.
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