LA MUJER DEL TAMBORERO
Dedicado a un sector de los escribidores revolucionarios atrincherados en aporrea.org
El tamborero era el colmo de los
impuntados de Yegüines y sus alrededores, pero no por eso se le dejó de
querer. En el puente de zinc, el
Calvario o en la misma plaza, en el lugar acordado para cada tarde de buen clima llevar silletas o banquetas y platicar de las cosas notables que ocurrían
en el pueblo, como la cacería nocturna de la fara ya muy cerca del árbol de las
gallinas de Agapito, el perro que arrastró por toda la calle real un feto de
becerro que se robó en el matadero y así se descubrió que los peseros estaban carneando
vacas, la salud del tuberculoso que sobrevivía aislado en un cuartucho río
arriba, el pronóstico del tiempo según el clamor de los huesos de todos quienes
habían sufrido fracturas, cosas muy importantes de conversar hoy para que al
día siguiente el pueblo fuese el mismo, y sobre las cuales nunca había mayor
discrepancia y la conversa se iba en agregar o regatear detalles. El tamborero era asiduo y era el único en
opinar siempre distinto; que si la fara era gris, él que no, que era negra; que
si el mojicón de las Pelayo era mejor que el de los Galavís, él que no, que era
mejor el de Doña Angelina; que si ayer bajó de la Serranía Prudencio después de
tres semanas sin visitar el pueblo, él que no, que no bajaba desde hace dos y
media; que si en la Tierra Llana estaba lloviendo mucho, él que no, que la
sequía no se aguantaba; que si Félida pariría en febrero, él que no, que esa
barriga aguantaba hasta bien entrado marzo; y así, sin mala fe ni cosa que se le pareciese, le
llevaba la contraria hasta al mismo cura en cuestiones de catecismo. Todos eran expertos en lidiar las tardes de
cháchara con el tamborero y matizar la contradicción para que se sintiese
contento; en fin, se trataba de asuntos tan importantes, que bien valía la pena
llegar a acuerdos. Pero pobre de la
mujer que le tocaba el día a día con el tamborero, que ya ni hablaba, para que
no le cayera siempre la opinión contraria.
¿Qué cipote estaba haciendo el
tamborero cerca del río esa noche de creciente?
Lo cierto fue que se supo que había caído al río y todos lo dieron por
ahogado. Tocaba buscar el cadáver y se
organizaron cuadrillas que bajaron por las orillas, hurgando en los pozos que
se hicieron, en los torrentes obligados por piedras cercanas, y más allá, hasta
donde creyeron que había alcanzado el agua de la creciente. Así,
buscaban río abajo, salvo la
mujer del tamborero, que buscaba río arriba.
¿Cómo diantres creen ustedes –decía– que el impuntado del tamborero iba
a opinar como todos y ahogarse río abajo?
Lean aporrea mis amigos, para que
vean el concierto de tamboreros impuntados en todo lo contrario de lo que hace
el gobierno. Cuando nos alcance la
creciente, a todos tendríamos que buscarlos río arriba, por allá en las fuentes
donde bebe la oposición.
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