Del cacerolazo y su particularidad
Drenó la escualitud. En la zona donde vivo, escuálida con importantes células fascistas, fue muy sonoro y prolongado; a las 10:00 pm quedaba uno que otro eyaculando de placer, dale que dale a la cacerola. Y como en estas tierras en toda fiesta es obligado "quemar pólvora", fue una ollaterapia con cañonazos. Lo único triste, ver a pobres repicar sus ollas con especial encanto.
Hasta aquí, todo bien. Los oídos que más sufren son los más cercanos a las cacerolas y en los revolucionarios no despierta sentimiento alguno, salvo la oportunidad de sorprendernos de la ejecución de cacerola de gente a quienes no considerábamos escuacas. ¡Sorpresas que da la vida! De no constituir una provocación riesgosa, dan ganas de cantarles:
¡Dale! ¡Dale! ¡Dale más duro!¡Dale más duro! ¡Más duro! ¡Más duro!
¡Másduro! ¡Masduro! ¡Maduro! ¡Maduro!
¡Maduro! ¡Maduro! ¡Maduro! ¡Maduro!
Pero es que aquí no acaba el concierto de cacerolas, sino que es acompañado de quema de basura y cauchos, interrupción del tráfico, insultar a quienes no comparten sus gracias, poner en riesgo a quienes tienen alguna identificación revolucionaria en sus vehículos.
En la ruta que recorro cada mañana, sin ir a las zonas más candentes de la ciudad, registre las fotos que presento, con la promesa de actualizar la entrada cada vez que obtenga más.
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Hoy (16/04) me defraudaron. Ni parecido al concierto de anoche (15/04). Comenzaron con una marcha (ta-ta ta-ta-ta) y 45 minutos después prácticamente hay un solo de cacerola de acero, aguda y ruidosa, que apaga el repicar de las pocas que siguen sonando. La pólvora debieron gastarla toda, porque si acaso el ruido de un humilde tumba rancho. Y estoy hablando de una de las zonas más escuálidas de Mérida, La Pedregosa.
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