Y A TODAS ESTAS...
¿Cuál es el papel de la Iglesia católica?
El que se
sospecha, pero esa institución va de recule en todas las áreas donde campeaba;
parafraseando a mi nona Julia, cuando la iglesia va de culo, no hay barranco
que la ataje.
La iglesia llegó
a América directamente bajo la autoridad de los reyes, para servir a sus
designios; el Papa convirtió a los reyes en patrono de la iglesia de América,
delegando en estos su control total, hasta el punto de que en América colonial
el Papa de Roma tuvo escasa figuración y era sólo una referencia lejana. La IC fue la mejor socia de la Corona, y
ejerció con exactitud y éxito absoluto el control social en los territorios
americanos. Ni qué decir que el sustento
económico de la iglesia estuvo a cargo de las arcas reales, lo que sigue siendo
una realidad en la época en que vivimos.
Ante el hecho de
la Independencia, sin considerar las excepciones la iglesia reaccionó a favor
de La Corona, pero en la medida en que se hizo inevitable la ruptura del orden
colonial, la iglesia americana se advino a la nueva realidad, pasando a apoyar
a los independentistas. La perfecta
simbiosis Iglesia-Estado que funcionó durante la colonia comenzó a hacer agua
en la era republicana, hasta el punto de plantearse serios enfrentamientos,
siempre alrededor de la conservación de privilegios y fueros. El primero y más importante desencuentro
entre Iglesia y Estado fue la continuidad de la vigencia del patronato, porque
la Iglesia se oponía a que este privilegio real pasase a las supremas autoridades
de las naciones nacientes. En esta
inicial confrontación, por lo general se impuso el criterio del Estado, pero no
el abandono de la pretensión de la Iglesia de que se suprimiera, lo que fue
logrando en diferentes momentos de la historia de los países americanos.
En otros
órdenes, el poder delegado a la iglesia por la monarquía española se mantuvo
por más tiempo. Así, el control de los
hechos vitales de la población continuó en manos de la iglesia, ante la
incapacidad de los estados emergentes de responsabilizarse de entrada de esas
funciones, tarea que continuaba dando a la institución eclesiástica un enorme
poder sobre la población. Registro de
nacimientos, matrimonios y defunciones, el control de los cementerios y los
recuentos de la población, estuvo en manos de la Iglesia hasta que los asumió
el Estado, lo que sucedió en Venezuela durante los gobiernos de Guzmán
Blanco. Reivindicar el Estado esas
funciones fue considerado por la iglesia como una agresión, produciéndose
nuevos enfrentamientos, sobre todo cuando el matrimonio eclesiástico perdió la
legalidad y se instituyó el matrimonio civil y el consiguiente divorcio.
El poder
económico de la IC también fue sensiblemente disminuido durante el siglo
XIX. En la época colonial la iglesia se
comportó como un agente económico decisivo, pues fue uno de los propietarios
territoriales más importantes (en algunos países, el mayor) con el agravante de
que sus propiedades se acumulaban bajo el régimen de “manos muertas” y por
tanto no susceptibles de ser trasmitidos por herencia ni cambiar de dueño, es
decir, quedaban siempre fuera del mercado de tierras. Otra función económica decisiva era la que
cumplían organismos de la iglesia como agentes financiadores de las operaciones
económicas, función por la cual tenía gravadas a su favor (sometidas “a censo”)
un porcentaje muy alto de las propiedades agropecuarias. Esta situación perduró buena parte del siglo
XIX, hasta cuando, por diferentes coyunturas, se dieron procesos de
desamortización, inducción a venta o confiscación de los bienes
eclesiásticos. Estas medidas fueron
resistidas por la IC, hasta el punto de que en países como México la oposición
de la IC a la amenaza sobre su riqueza territorial y financiera, provocó una
guerra civil; no obstante, en los países donde se planteó, se cumplió
irreversiblemente el proceso.
La historia
positivista no expuso con claridad la naturaleza del enfrentamiento entre los
poderes civil y eclesiástico, con el agravante de que buena parte de los
historiadores de este hecho son eclesiásticos, que en la tarea de escribir
historia siempre han llevado agua para su molino. Un problema de modernización y
fortalecimiento necesario del Estado liberal lo llevaron al plano de las creencias
religiosas de los protagonistas (la conspiración masónica) o a su buena o mala
fe; en algunos casos lo pueden extender hasta exponer a la iglesia como
propicia pagadora de las dificultades económicas del Estado. De esta manera el enfrentamiento por poder se
diluyó en explicaciones banales que dejan a la institución eclesiástica como
agredida y mártir, dejando este comodín de reserva para nuevas situaciones de
enfrentamiento. De todas maneras, el
Estado se impuso en cada coyuntura de lucha por poder, y la iglesia no tardaba
en adaptarse a las nuevas realidades, sacando máximo provecho de estas.
La
evangelización de los americanos tenía un carácter estratégico para la
monarquía española, una de las que se habían mantenido católicas durante la
Reforma y la que estaba en mejores condiciones para reponer cuantitativamente
los fieles que la IC perdió a raudales en Europa; ante este reto, se
propusieron convertir a América en un bastión de la contrarreforma y en área de
presencia hegemónica de la IC. La evangelización
fue encargada a misioneros que, a pesar de tener a los indígenas como objeto de
su misión, se identificaban como clase con las dominantes, a favor de las
cuales trabajaban en última instancia, permitiendo el clima social ideal para
la explotación. De la defensa de los
indígenas por parte de misioneros se ha hecho más alharaca que lo que en
realidad sucedió; colocan las excepciones como conducta general, lo que está
muy lejos de ser así.
Desde entonces
la IC no ha abandonado su identificación con las clases dominantes, y la supeditación
de su tarea evangelizadora a los intereses de esas. La prédica sistemática de la resignación
cristiana, sea cual fuere la forma que adopte en cada momento histórico, es una
de las actitudes que más ha retrasado la formación de la conciencia del pueblo. El plegamiento total de la IC al poder
político del momento, sea cual fueren su origen y características, es otra de
las conductas permanentes de la IC. En
América todos los dictadores y déspotas, aún los más sangrientos y criminales,
han tenido la bendición de la IC, que sólo los abandona cuando sus gobiernos
están en fase terminal, incorporándose tácticamente a los insurgentes, conducta
que, manejada mediáticamente, ha logrado convencer a sectores de la sociedad
que actúan con el mismo mimetismo. El
pueblo, mientras tanto, cumple el papel de justificar la existencia del aparato
eclesiástico, que cada vez está más cerca de convertirse en cascarón vacío;
pésimamente atendido espiritualmente y sufriendo una presión cuasi terrorista
para ser convencido de las ventajas que para él tiene el indigno comportamiento
de los ministros y la jerarquía eclesiástica.
La reacción
popular al descuido e inconsistencia de la IC es el abandono en masa hacia
formas de comunicación con Dios más expeditas y sinceras, menos falsarias,
interesadas e históricamente destructivas, aún cuando a la larga, no menos
dañinas (el caso de Brasil actual así lo demuestra). Es exponencial el crecimiento de las iglesias
evangélicas, “cristianas”, en América Latina, a costa, desde luego, de la
anterior creencia hegemónica; en Venezuela ya hay estados donde más de la mitad
de los habitantes pertenecen a iglesias evangélicas. La fuga se da sobre todo en los sectores
populares; en las llamadas clases medias el alejamiento de la IC se debe a la
falta de renovación de la doctrina, arcaica y dogmática desde muchos puntos de
vista, intransigente ante fenómenos contemporáneos, lo que se hace más patente
a medida en que la instrucción y la capacidad para informarse aumenta, pero la
pérdida de vigencia de la IC, la procesión que lleva por dentro, es otra
historia.
La que planteo
ahora la remato afirmando que todos los enfrentamientos Iglesia-Estado se han
producido por poder, político y económico, y nunca por razones de fe,
doctrinarias, ni de persecución evidente.
Las clases dominantes tradicionales siempre le han garantizado a la IC
el funcionamiento de un estado confesional, donde gozan de ventajas sobre los
demás credos; le dan el dominio sobre medios y participación en las
obligaciones sociales del Estado, que le permiten mostrar al pueblo una cara de
benefactores (alguna vez hablaremos sobre el costo económico de Caritas para el
presupuesto venezolano); una presencia cortesana en las manifestaciones
protocolares y actos de Estado; la administración sin rendir cuentas de
ingentes recursos económicos del Estado (¿recuerdan que el primer
enfrentamiento real con Chávez fue cuando le pidieron cuentas de los recursos
destinados a AVEC y no pudieron darlas?)… y nada de eso es gratis, aun cuando
nos lo hagan parecer así.
La recuperación
del gobierno por las clases dominantes históricas es objetivo prioritario de la
IC, y de ahí el patetismo de su participación en la vida política del
país. Salir sin ningún pudor a defender
lo que perjudica a la base de su existencia misma, el pueblo, es una actitud
servil frente a las clases dominantes, persiguiendo las prebendas que como
institución le garantizan prolongar su agonía.
Repugnancia social provocan los destemplados ataques de jerarcas de la
IC contra el gobierno venezolano, pero a pesar de esto, la respuesta ha sido
comedida, que no lo será en enfrentamientos más radicales, que pueden
sobrevenir.