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miércoles, 22 de marzo de 2017


Y A TODAS ESTAS...
¿Cuál es el papel de la Iglesia católica?





El que se sospecha, pero esa institución va de recule en todas las áreas donde campeaba; parafraseando a mi nona Julia, cuando la iglesia va de culo, no hay barranco que la ataje.



La iglesia llegó a América directamente bajo la autoridad de los reyes, para servir a sus designios; el Papa convirtió a los reyes en patrono de la iglesia de América, delegando en estos su control total, hasta el punto de que en América colonial el Papa de Roma tuvo escasa figuración y era sólo una referencia lejana.  La IC fue la mejor socia de la Corona, y ejerció con exactitud y éxito absoluto el control social en los territorios americanos.  Ni qué decir que el sustento económico de la iglesia estuvo a cargo de las arcas reales, lo que sigue siendo una realidad en la época en que vivimos.



Ante el hecho de la Independencia, sin considerar las excepciones la iglesia reaccionó a favor de La Corona, pero en la medida en que se hizo inevitable la ruptura del orden colonial, la iglesia americana se advino a la nueva realidad, pasando a apoyar a los independentistas.  La perfecta simbiosis Iglesia-Estado que funcionó durante la colonia comenzó a hacer agua en la era republicana, hasta el punto de plantearse serios enfrentamientos, siempre alrededor de la conservación de privilegios y fueros.  El primero y más importante desencuentro entre Iglesia y Estado fue la continuidad de la vigencia del patronato, porque la Iglesia se oponía a que este privilegio real pasase a las supremas autoridades de las naciones nacientes.  En esta inicial confrontación, por lo general se impuso el criterio del Estado, pero no el abandono de la pretensión de la Iglesia de que se suprimiera, lo que fue logrando en diferentes momentos de la historia de los países americanos.



En otros órdenes, el poder delegado a la iglesia por la monarquía española se mantuvo por más tiempo.  Así, el control de los hechos vitales de la población continuó en manos de la iglesia, ante la incapacidad de los estados emergentes de responsabilizarse de entrada de esas funciones, tarea que continuaba dando a la institución eclesiástica un enorme poder sobre la población.  Registro de nacimientos, matrimonios y defunciones, el control de los cementerios y los recuentos de la población, estuvo en manos de la Iglesia hasta que los asumió el Estado, lo que sucedió en Venezuela durante los gobiernos de Guzmán Blanco.  Reivindicar el Estado esas funciones fue considerado por la iglesia como una agresión, produciéndose nuevos enfrentamientos, sobre todo cuando el matrimonio eclesiástico perdió la legalidad y se instituyó el matrimonio civil y el consiguiente divorcio.



El poder económico de la IC también fue sensiblemente disminuido durante el siglo XIX.  En la época colonial la iglesia se comportó como un agente económico decisivo, pues fue uno de los propietarios territoriales más importantes (en algunos países, el mayor) con el agravante de que sus propiedades se acumulaban bajo el régimen de “manos muertas” y por tanto no susceptibles de ser trasmitidos por herencia ni cambiar de dueño, es decir, quedaban siempre fuera del mercado de tierras.  Otra función económica decisiva era la que cumplían organismos de la iglesia como agentes financiadores de las operaciones económicas, función por la cual tenía gravadas a su favor (sometidas “a censo”) un porcentaje muy alto de las propiedades agropecuarias.  Esta situación perduró buena parte del siglo XIX, hasta cuando, por diferentes coyunturas, se dieron procesos de desamortización, inducción a venta o confiscación de los bienes eclesiásticos.  Estas medidas fueron resistidas por la IC, hasta el punto de que en países como México la oposición de la IC a la amenaza sobre su riqueza territorial y financiera, provocó una guerra civil; no obstante, en los países donde se planteó, se cumplió irreversiblemente el proceso.



La historia positivista no expuso con claridad la naturaleza del enfrentamiento entre los poderes civil y eclesiástico, con el agravante de que buena parte de los historiadores de este hecho son eclesiásticos, que en la tarea de escribir historia siempre han llevado agua para su molino.  Un problema de modernización y fortalecimiento necesario del Estado liberal lo llevaron al plano de las creencias religiosas de los protagonistas (la conspiración masónica) o a su buena o mala fe; en algunos casos lo pueden extender hasta exponer a la iglesia como propicia pagadora de las dificultades económicas del Estado.  De esta manera el enfrentamiento por poder se diluyó en explicaciones banales que dejan a la institución eclesiástica como agredida y mártir, dejando este comodín de reserva para nuevas situaciones de enfrentamiento.  De todas maneras, el Estado se impuso en cada coyuntura de lucha por poder, y la iglesia no tardaba en adaptarse a las nuevas realidades, sacando máximo provecho de estas.



La evangelización de los americanos tenía un carácter estratégico para la monarquía española, una de las que se habían mantenido católicas durante la Reforma y la que estaba en mejores condiciones para reponer cuantitativamente los fieles que la IC perdió a raudales en Europa; ante este reto, se propusieron convertir a América en un bastión de la contrarreforma y en área de presencia hegemónica de la IC.  La evangelización fue encargada a misioneros que, a pesar de tener a los indígenas como objeto de su misión, se identificaban como clase con las dominantes, a favor de las cuales trabajaban en última instancia, permitiendo el clima social ideal para la explotación.  De la defensa de los indígenas por parte de misioneros se ha hecho más alharaca que lo que en realidad sucedió; colocan las excepciones como conducta general, lo que está muy lejos de ser así. 



Desde entonces la IC no ha abandonado su identificación con las clases dominantes, y la supeditación de su tarea evangelizadora a los intereses de esas.  La prédica sistemática de la resignación cristiana, sea cual fuere la forma que adopte en cada momento histórico, es una de las actitudes que más ha retrasado la formación de la conciencia del pueblo.  El plegamiento total de la IC al poder político del momento, sea cual fueren su origen y características, es otra de las conductas permanentes de la IC.  En América todos los dictadores y déspotas, aún los más sangrientos y criminales, han tenido la bendición de la IC, que sólo los abandona cuando sus gobiernos están en fase terminal, incorporándose tácticamente a los insurgentes, conducta que, manejada mediáticamente, ha logrado convencer a sectores de la sociedad que actúan con el mismo mimetismo.  El pueblo, mientras tanto, cumple el papel de justificar la existencia del aparato eclesiástico, que cada vez está más cerca de convertirse en cascarón vacío; pésimamente atendido espiritualmente y sufriendo una presión cuasi terrorista para ser convencido de las ventajas que para él tiene el indigno comportamiento de los ministros y la jerarquía eclesiástica.



La reacción popular al descuido e inconsistencia de la IC es el abandono en masa hacia formas de comunicación con Dios más expeditas y sinceras, menos falsarias, interesadas e históricamente destructivas, aún cuando a la larga, no menos dañinas (el caso de Brasil actual así lo demuestra).  Es exponencial el crecimiento de las iglesias evangélicas, “cristianas”, en América Latina, a costa, desde luego, de la anterior creencia hegemónica; en Venezuela ya hay estados donde más de la mitad de los habitantes pertenecen a iglesias evangélicas.  La fuga se da sobre todo en los sectores populares; en las llamadas clases medias el alejamiento de la IC se debe a la falta de renovación de la doctrina, arcaica y dogmática desde muchos puntos de vista, intransigente ante fenómenos contemporáneos, lo que se hace más patente a medida en que la instrucción y la capacidad para informarse aumenta, pero la pérdida de vigencia de la IC, la procesión que lleva por dentro, es otra historia.



La que planteo ahora la remato afirmando que todos los enfrentamientos Iglesia-Estado se han producido por poder, político y económico, y nunca por razones de fe, doctrinarias, ni de persecución evidente.  Las clases dominantes tradicionales siempre le han garantizado a la IC el funcionamiento de un estado confesional, donde gozan de ventajas sobre los demás credos; le dan el dominio sobre medios y participación en las obligaciones sociales del Estado, que le permiten mostrar al pueblo una cara de benefactores (alguna vez hablaremos sobre el costo económico de Caritas para el presupuesto venezolano); una presencia cortesana en las manifestaciones protocolares y actos de Estado; la administración sin rendir cuentas de ingentes recursos económicos del Estado (¿recuerdan que el primer enfrentamiento real con Chávez fue cuando le pidieron cuentas de los recursos destinados a AVEC y no pudieron darlas?)… y nada de eso es gratis, aun cuando nos lo hagan parecer así.



La recuperación del gobierno por las clases dominantes históricas es objetivo prioritario de la IC, y de ahí el patetismo de su participación en la vida política del país.  Salir sin ningún pudor a defender lo que perjudica a la base de su existencia misma, el pueblo, es una actitud servil frente a las clases dominantes, persiguiendo las prebendas que como institución le garantizan prolongar su agonía.  Repugnancia social provocan los destemplados ataques de jerarcas de la IC contra el gobierno venezolano, pero a pesar de esto, la respuesta ha sido comedida, que no lo será en enfrentamientos más radicales, que pueden sobrevenir.



Hasta aquí por hoy, y les remito a la concisa historia de la iglesia de P. Calceolarius, en IX (17/01/17) de este enlace: http://frontinoso2.blogspot.com/p/blog-page.html






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