HE QUEMADO MUCHOS AÑOVIEJOS,
quizá porque he vivido bastantes. Tradición inculcada en Yegüines, he tratado de cumplirla cualquier haya sido el lugar donde me ha tocado cambiar de año. Ayer, en familia, se repitió el rito, y 2016 ardió como le correspondía.
En Yegüines el año que se iba dejaba testamento, verdadero documento escrito en décimas de crítica social y esperanzas renovadas. Familiarmente, el testamento se transformó en misivas personales, íntimas, de lo que se quiere dejar para siempre, propósitos que se consumen en el interior del año condenado a la hoguera.
Muchos pensamos que 2016 no fue todo lo bueno posible; fue fuerte el año, y muchas las cosas que sucedieron en su transcurrir que no deseamos en 2017. Esas, las quemamos, y esperamos que se realice la esencia mágica del cumplimiento de esa tradición y no se repitan el nuevo año. (¡Amén!)
El año viejo familiar de 2016 fue singular. En familia y con colaboración de una amiga, se construyó con la dedicación de cada año, pero de reducido tamaño. Resultó hermoso y con toda la carga mágica que debía llevar. Ardió como vivió, con fuego lento y profundo.
1 comentario:
Yo tambien amo esta tradicion de los años viejos, entre otras de la navidad...este año vi que todos los muñecos se parecian a nuestro presidente Maduro....el pueblo es sabio y mi esperanza es que encuentre la solucion a esta encrucijada en que nos encontramos: el madurismo no chavista y la MUD...
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