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jueves, 5 de enero de 2017

LA COMUNICACIÓN ES UN ARMA PELIGROSA...
TE PUEDE SALIR EL TIRO POR LA CULATA.
(El caso de los perniles y el vedetismo revolucionario)




En el cumplimiento óptimo del cometido del arte de comunicar, más útil que el dominio de las teorías de la comunicación (¡magnífico tenerlo!), es el sentido común y la evaluación permanente de los efectos que producen los mensajes.  Claro, en el caso de que los actores comunicacionales no actúen como desaguaderos de información, sin respetar el principio general del carácter bidireccional de la comunicación.

Mientras más estratégica sea la información como mecanismo de sustentación de políticas, de formación de opinión revolucionaria, de enfrentamiento transcendental entre posiciones irreconciliables y más elevado el origen, mayor cuidado ha de ponerse en el diseño de los principios generales que la deben sostener, tarea que debe ser realizada por conocedores, para no caer en el peligroso término de especialistas.  Un equipo (¿un teórico?) que esté convencido de la necesidad trascendente de la comunicación para formar, que enuncie esos principios generales, no en un paquete definitivo, sino sujetos a las modificaciones que obligue la evaluación permanente de la práctica comunicacional real, en la normalidad y en la coyuntura.  Esos principios generales de comunicación –que no política comunicacional, que eso es otra cosa– tendrían que ser advertidos a quienes tienen la responsabilidad de comunicar, de colocar la información en los mediadores efectivos de la comunicación.  ¡No se metiera tanto la pata!

Existe mucho riesgo en que una información coyuntural importante se presente incompleta o fragmentada; mucho más, si esa información está soportada por una praxis política reñida con principios revolucionarios de gobierno.  Tener la necesidad de mostrarse como gobernantes magnánimos y asumir el papel de figuras prodigadores de presentes, es un signo de mala gestión, de que la revolución está aún cruda; pero hacerlo para comunicar que de un conjunto de nueve iguales se ha beneficiado a tres, por tanto, agraviado a seis, es una tontería mayúscula, es decir, una estupidez.  Sucedió con los perniles, resumiendo en ellos otras dádivas oficiales navideñas, con el agravante de que fueron muchos los funcionarios que quisieron sacar partido de su distribución.  En este escrito los usamos para bajar a la realidad enunciados sobre comunicación planteados antes.

Aquí estoy por si tienen tiempo sin verme, vengo a vender perniles a ustedes, pobrecitos, que la revolución puso bajo mi cuidado.  Y desde luego que esos pobrecitos agraciados son una proporción no representativa de los necesitados de perniles, o más que necesitados, de quienes fueron considerados como destinatarios lógicos de la práctica oficial de vender perniles.  Desde luego que los no beneficiados quedan convencidos de que fueron agraviados por diferencia de trato… ¡El tiro por la culata, señores!

En este caso la información no hubiese sido agraviante si se hubiese suministrado íntegra.  Se debió anunciar que no llegaron perniles para todos y por tanto se establecieron criterios para distribuir los veinte disponibles; fuera de esos criterios no hay derecho a pernil.  No fue así, pudo más el vedetismo de los funcionarios, y en medio de un ambiente comunicacional desfavorable, de una opinión pública manoseada, de una formación política insuficiente y de agentes creadores de descontento, se generó el caos de los perniles.  ¿Quién se robó el que me tocaba? ¿Quien recibió el suyo y el mío? ¿Quién le dio el mío a otro? ¿Por qué él sí y yo no? ¿Quién colocó a los corruptos a repartir los perniles? ¡Los militares se quedaron con todos!  ¡En esa familia hasta los muertos comieron pernil!  ¡Los chinos están vendiendo los perniles de mi CLAP!  ¡A la arepera de la esquina le llevaron un burro cargado con perniles!  Y así, acusaciones cruzadas, inventadas o justificadas parcialmente, para continuar el desgaste de lo que queda de confianza popular y regodeo de interesados en terminar colocando la responsabilidad en el enemigo mayor, el gobierno.

Como una derivación del tema, se me ocurre que el consumo de pernil del tipo importado en Navidad, que sin duda constituye una forma de pago de la deuda social, puede tener un beneficio económico mayor.  Con el consumo anual puede activarse la producción porcina y ahorrarse divisas necesarias, y recordar, por ejemplo, que desde su fundación española, Mérida fue productora y exportadora de jamones, actividad que se puede retomar.  De hecho, hace años pareció que se reactivaba, pero el neoliberalismo la mató casi al nacer.

Aún sin revisar lo escrito pero pensando en su destino, caigo en cuenta de que cuando escribía en aporrea me llovía fácilmente unos mil lectores, mientras que ahora que lo hago en Historia para fundamentar… y para subvertir, tengo que sudarme unos doscientos.  Pero no me apena; prefiero los doscientos de mi blog, que con mis escritos reforzar la tierra de nadie en que se convirtió aporrea.




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1 comentario:

Anónimo dijo...

ta' guenisimo