Y yo que, como muchos de ustedes, estoy a punto de ¿desespero? ¿dudas? ¿fe absoluta?
Y yo que comía granos de maíz y de grano en grano iba
llenando el buche.
Y yo que seleccionaba en la hojilla argumentos filosos para
blandir en los cuarteles enemigos.
Y yo que observo iconoclastas arremetiendo contra figuras
que el tiempo ha respetado por su entereza de granito.
Y yo que no soporto a los pisapasito sabihondos con cara de
yo no fui, y tengo que seguir viéndolos pontificar de cuanto tema emana del
pozo de la sabiduría.
Y yo que me desarreglo por los chabacanos de argumentos
intencionados (bien-o-mal-intencionados, no importa) y no puedo evitar
observarlos pasar con sus carretillas llenas de bazofia recién depuesta.
Y yo que no abandonaré aporrea porque me permite otear por
dónde van los tiros y decantar preocupaciones fútiles.
Y yo que aprecio más la opinión concentrada que las noticias
omnipresentes, y veo que escurre a mayor velocidad la primera, como evitando
ser confrontada.
Y yo que tengo por vicio medir, contar, pesar, ordenar,
marcar, como cualquier marchante de la realidad, y estoy perturbado por la
tardanza hasta de zurcidos necesarios.
Y yo que observo a oidores dejar de serlo exactamente cuando
escuchar es cuestión de vida o muerte.
Y yo tasador del pragmatismo absolutamente necesario,
testigo ahora de que la práctica se convierte en vicio.
Y yo que rebusco las incontables frases celebres que
condenan la impunidad y no encuentro la de desacralizar la que campea en estos
tiempos de florecimiento de la doctrina.
Y yo que aprecio las orejas políticas inmensas y las bocas
reducidas y veo cómo se invierten mis preferencias.
Y yo que sé que el futuro es ya y contemplo verlo pasar
desde poltronas vibradoras.
Y yo que salí de la decepción total por la palabra que
manaba de la integridad de un guerrero, para percibir cómo se está apagando el
eco.
Y yo que combato con ardor el pesimismo, pero me está
saliendo por los poros no cubiertos.
Y yo que perdí la fe pegado a la ubre más pródiga, ahora
celebro mi pérdida al ver tanto eclesiástico endemoniado asperjando anatemas
contra el pueblo en marcha.
Y yo que aprendí a mirar con los ojos del pueblo y admiro su
andar seguro por saberse protegido contra espantos y calamidades.
Y yo que aposté a la locura como el mejor don de los sabios
y veo que se impone el dominio de los cuerdos.
Y yo convencido de que si el fracaso arremete serán
doscientos años más de desandar los pasos perdidos.
Y yo que he encontrado que la ortodoxia mata lentamente,
pero sin piedad, y se está expendiendo sin receta.
Y yo que transito más
de allá que de acá, asazgenario, sacando fuerza de flaqueza para tratar de
colarme por una rendija del poder hacer, encuentro el esfuerzo inútil y
frustrante.
Yo que sé que un silenciado puede dejar divagando a
necesitados, invito a llenar de ruido y ecos los entresijos de la Revolución.
Yo que puedo desgastar teclados con eso de “y yo que”, me
detengo porque debo seguir existiendo sin abatirme.
Enlace de este artículo en aporrea.org
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