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martes, 21 de febrero de 2017










FERIAS SANGRIENTAS
ABERRACIÓN INFRAHUMANA






Durante el esplendor del imperio romano los espectáculos sangrientos llegaron a su clímax. Humanos y animales eran sacrificados por igual, para entretenimiento de un pueblo condicionado a identificar gozo con satisfacción de instintos elementales.  Muy lejos estamos de esa etapa de la humanidad, al igual que de la justificación de la tortura vigente durante la hegemonía de la Iglesia católica, expresada en la Inquisición, que si así consideraba a los humanos, qué decir de los animales.  Y fue la sociedad más católica del momento, que se propuso convertir a América en el repertorio incontaminado del catolicismo que hacía agua en Europa, la que propaga las corridas de toros.  Eso es historia, es un pasado que aún justificado pone en entredicho los preceptos que animaron el nacimiento de la institución.  Pero ese pasado reeditado se convierte en una distorsión mayúscula, en una aberración tan enorme como la neo justificación de la tortura a humanos por parte de los monstruos que gobiernan el imperio norteamericano.

Para ser partidario y complacerse con espectáculos que suponen la tortura de animales, es necesario un nivel de insensibilidad que es propiciado por la ideología burguesa, ya que prepara para aceptar dosis de crueldad provocadas por el funcionamiento del sistema.  En nuestro caso cercano, ¿alguien ha visto a los generadores de ideología más importantes, iglesia y universidad, pronunciarse contra esta manifestación de tortura animal?  Todo lo contrario, la jerarquía de ambas instituciones la animan y propagan.  En otros escritos he establecido la incompatibilidad total de esa aberración histórica con el humanismo, corazón mismo del pensamiento socialista, y de la prevalencia de la ideología merideña en los personeros de los poderes regionales durante el ensayo socialista que vivimos.  Y de esa realidad deriva la incapacidad para iniciar la liberación del pueblo de una de las herencias ideológicas más nefastas.

El acto antitaurino de hoy no iba más allá de apoyar una solicitud de la defensoría del pueblo para que un juez prohibiera la entrada de menores de edad a ese espectáculo sangriento.  Nada de exigir la total abolición, medida que fue posible en la coyuntura de la reforma constitucional del estado, pero que el lamentable nivel político ideológico de los legisladores no les permitió plantear.  El balance político hubiese sido positivo, porque la reacción contraria se hubiese limitado a quienes se oponen a ultranza al modelo político que se ensaya.  Además, en otros países se dio la prohibición, y no pasó nada distinto al crecimiento de los valores humanos y los derechos de los animales.


Lamentablemente, en este momento el mensaje de la erradicación de todas las prácticas de tortura animal está en manos de una vanguardia que debe aún vencer la todopoderosa ideología, y quizá nos volvamos a ver el próximo año sin que aparentemente se haya avanzado en este propósito, pero nadie cejará, estaremos presentes.






































































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