De los desahucios del alcalde Garcioso,
o cuento corto con espejo gratis
–Tun tun.
–¿Quién es?
–De parte del
alcalde Garcioso.
–¿Y qué quiere
el señor alcalde?
–Cobrar la
renta.
–¿Renta de qué?
–De los tres
metros cuadrados que vienes disfrutando, y no pagas desde…
–Creo que se
equivocó porque yo los compre cuando me mudé para estas oscuranas.
–Pero es que esa
compra no era para toda la muerte, y se venció; estamos revisando la caducidad de todos los títulos de propiedad. Si quieres seguir tranquilo, comience a cancelar un módico alquiler
anual.
–Pero es que yo
dejé todo allá arriba y otros se lo rumbearon… eso sí me aseguré de pagar este
condominio.
–Lo entiendo, lo
entiendo, pero necesitamos sus tres metros para revenderlos y fortalecer los
bolsillos municipales; además, usted sabe que construir otra urbanización de
estas es muy costoso –y esa vaina que llaman Gran Misión Vivienda también está
en pico´e zamuro. Además, tengo demandas
de otro tipo, más rentables… esa torre de antenas de celdas de celular paga
mucho y puntual. En definitiva, este camposanto
está repleto y la demanda va a aumentar.
–¿Aumentar?
–Sí. Hay que acabar con ese antro de cubanos
llamado Barrio Adentro y sus ramificaciones, y eso va a hacer que muchos
adelanten el viaje a estos parajes.
–Ni idea de qué
se trata, porque estoy aquí desde hace como dos décadas y me vine por una piche
diarrea que no me atendieron en el HULA.
–Bueno, dejemos
la cháchara y dígame si va por pagar o no.
–¿Y si no, qué?
–Bueno, casi
nada. Recogeremos sus lindos resticos y
los echamos en una común. De gratis… o
bueno, esa urna que no ha terminado de oxidarse, las pagan bien en la fundición
y con eso cancelamos los gastos que ocasione su mudanza.
–Pero…
–No se queje,
tiene sus ventajas. Por ejemplo, en la
común no diferenciamos edad ni sexo, y sus resticos pueden quedar muy bien
acompañados para toda la eternidad… ¡imagínese nomas!
–Pero es que un
piso más abajo está mi esposa, y soy un marido fiel. Esa se vino adelante porque era diabética y
le amputaron una pierna, y como también tenía cataratas, no vio un barranco y
se fue a botes.
–¡Ah! Mucho
mejor, quién quita que en lugar de separarlos una placa de cemento queden sus
huesitos bien revueltos para seguir gozando para siempre.
–Pero mire señor
alcalde Garcioso, yo no quiero…
–¡O paga o
quiere! Y que sea rápido porque aquí
tengo ya los esbirros de muertos de hambre.
–¡Tres divinas
personas! ¡Niño de la Cuchilla! ¡San Benito bendito! Aflójale el corazón al alcalde Garcioso…
–¡Fuera! El del corazón era otro, y lo morimos.
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