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martes, 16 de abril de 2024

¡Cosa monstruosa la corrupción!

¡Cosa dolorosa la corrupción!



    ¡Y que poco estudio se le ha aplicado!  Un fenómeno que merece la conjunción de variadas disciplinas para definirlo y analizarlo, apenas se le ha tratado desde perspectivas aisladas e interesadas.  Problema estructural imposible de erradicar en los países de Latinoamérica, leí una vez en un estudio del complejo mediático BBC, como si la corrupción fuese un mal endógeno y no una hidra presente en todo el mundo.  


    Modalidades perversas de corrupción anidan en los países capitalistas, cuyas ocasionales erupciones, en la proporción en que afecten intereses económicos y políticos, son tratadas con medidas legales que al desmodalizarse dejan zambullido lo fundamental del fenómeno. 


    Diferente trato cuando se trata de juzgarla en sociedades ajenas.  El juicio se convierte en otra arma de dominación, como la que se blande con los índices sobre niveles de corrupción que irreflexiblemente se aceptan como jerarquías válidas realizadas con parámetros medibles objetivamente.  Un recurso más del mantenimiento de los intereses coloniales. 


    Las múltiples modalidades endógenas se solapan con la más evidente constituida por la disposición de los recursos sociales en beneficio individual, cuando eso es solo la punta del iceberg y resultado de la amalgama de formas menos evidentes o no consideradas como corruptas.   Mayor perversidad, cuando la practica de la corrupción interesadamente se orienta solo al ámbito gubernamental y se difumina el rol corruptor de los particulares y el sistema.  


    La historia de nuestra América está teñida de corrupción desde el intercambio de espejos y abalorios por oro que practicaron los conquistadores hasta el caso Obedrech, para citar un ejemplo contemporáneo con vasta repercusión continental.  El ejercicio del poder en todas las etapas de la historia americana ha estado intimamente ligado a la corrupción, cuya perduración se debe a la impunidad que la reproduce.  La impunidad es el nido de la corrupción, podríamos decir. 


    En nuestro país la crítica y denuncia de la corrupción estructural es un ámbito donde intelectuales de izquierda han estado siempre presentes.  Pero hay formas y modalidades de ejercerlas y van desde el rechazo sin análisis y visceral, hasta los intentos de someterlo al análisis social creador de doctrina y generador de políticas públicas.  Esto último ha sido excepcional, siendo más frecuente el uso como instrumento de intereses políticos. 


    Ha habido intentos, pero se está lejos de disponer de una historia de la corrupción en nuestro país, lo que sería muy útil para combatirla.  En  este momento vivimos un clímax anticorrupción, tratado de ocultar y mediatizar por intereses coyunturales, pero que por lo menos ha puesto en evidencia el pasado de impunidad total.  Por primera vez en Venezuela se juzga y condena por corrupción a jerarcas políticos y militares y lo que pudiese ser acompañado por un decidido apoyo nacional se convierte en espectáculo mediático, manipulación política y excreción de frustraciones.  


    En mi ámbito, en lugar de reflexión política es más frecuente que genere reacciones sin sentido.  En lugar de apoyo sano y reflexivo al inédito esfuerzo gubernamental se hace una mezcolanza de momentos históricos para dar palos de ciego al gobierno y hasta para hacer leña del árbol caído.  Y eso no es socialmente útil,  camaradas. 


    No es revolucionario dejar de establecer diferencias teóricas con el trato opositor que cuando le ha convenido convierte en héroes a manifiestos corruptos y fustiga al gobierno con el calificativo general de corrupto.  Debemos tener presente que no hay compatibilidad entre ser socialista y ser corrupto y que quienes incurre en corrupción jamás han sido socialistas ni chavistas. 


    Recordemos siempre que la corrupción debe ser erradicada porque es el mayor riesgo de fracaso que corre el proceso que estamos  transitando. 


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