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viernes, 11 de diciembre de 2015



De los desahucios del alcalde Garcioso,
o cuento corto con espejo gratis



–Tun tun.
–¿Quién es?
–De parte del alcalde Garcioso.
–¿Y qué quiere el señor alcalde?
–Cobrar la renta.
–¿Renta de qué?
–De los tres metros cuadrados que vienes disfrutando, y no pagas desde…
–Creo que se equivocó porque yo los compre cuando me mudé para estas oscuranas.
–Pero es que esa compra no era para toda la muerte, y se venció; estamos revisando la caducidad de todos los títulos de propiedad.  Si quieres seguir tranquilo, comience a cancelar un módico alquiler anual.

–Pero es que yo dejé todo allá arriba y otros se lo rumbearon… eso sí me aseguré de pagar este condominio.
–Lo entiendo, lo entiendo, pero necesitamos sus tres metros para revenderlos y fortalecer los bolsillos municipales; además, usted sabe que construir otra urbanización de estas es muy costoso ­–y esa vaina que llaman Gran Misión Vivienda también está en pico´e zamuro.  Además, tengo demandas de otro tipo, más rentables… esa torre de antenas de celdas de celular paga mucho y puntual.  En definitiva, este camposanto está repleto y la demanda va a aumentar.
–¿Aumentar?
­–Sí.  Hay que acabar con ese antro de cubanos llamado Barrio Adentro y sus ramificaciones, y eso va a hacer que muchos adelanten el viaje a estos parajes.
–Ni idea de qué se trata, porque estoy aquí desde hace como dos décadas y me vine por una piche diarrea que no me atendieron en el HULA.
–Bueno, dejemos la cháchara y dígame si va por pagar o no.
–¿Y si no, qué?
–Bueno, casi nada.  Recogeremos sus lindos resticos y los echamos en una común.  De gratis… o bueno, esa urna que no ha terminado de oxidarse, las pagan bien en la fundición y con eso cancelamos los gastos que ocasione su mudanza.
–Pero…
–No se queje, tiene sus ventajas.  Por ejemplo, en la común no diferenciamos edad ni sexo, y sus resticos pueden quedar muy bien acompañados para toda la eternidad… ¡imagínese nomas!
–Pero es que un piso más abajo está mi esposa, y soy un marido fiel.  Esa se vino adelante porque era diabética y le amputaron una pierna, y como también tenía cataratas, no vio un barranco y se fue a botes.
–¡Ah! Mucho mejor, quién quita que en lugar de separarlos una placa de cemento queden sus huesitos bien revueltos para seguir gozando para siempre.
–Pero mire señor alcalde Garcioso, yo no quiero…
–¡O paga o quiere!  Y que sea rápido porque aquí tengo ya los esbirros de muertos de hambre.
–¡Tres divinas personas!  ¡Niño de la Cuchilla!  ¡San Benito bendito!  Aflójale el corazón al alcalde Garcioso…
–¡Fuera!  El del corazón era otro, y lo morimos.






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