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sábado, 5 de septiembre de 2015


UNOS CUANTOS BURGUESES NO HACEN VERANO



















(Buscándole la madre a la seudoburguesía rentística venezolana, IV)

“La industria que ha tomado mayor incremento es la cigarrera debido a que las máquinas, el papel y la picadura vienen del exterior: toda la ciencia del industrial consiste en fijar bien la parte proporcional de tabaco inferior del país, con que debe mezclar el que importa, que no es de primera tampoco.”
Delfín A. Aguilera. Venezuela 1900.




En la entrega anterior (http://frontinoso2.blogspot.com/2015/07/burguesia-nonata-porque-el-tamano-si.html) enumeramos las rendijas por las que podía colarse industria en un modelo económico que la negaba por definición, al especializar las economías en la producción y exportación de alimentos y materias primas, a cambio de importar bienes del sector secundario, capitales y migrantes, de los países que ya transitaban su segunda revolución industrial.  Efectivamente, la industria se coló en muchos países latinoamericanos, en los que el modelo primario exportador fue capaz de desatar un proceso de urbanización y crear un mercado interno considerable.  No fue el caso venezolano hasta muy entrado el siglo XX, por la carencia de un producto que conformara un sector exportador poderoso y una clase social aneja con el suficiente poder para consolidar el Estado liberal. 

En el XIX hubo excepciones, y para el reducido mercado aparecieron fábricas como una de papel, una imprenta, plantas tempranas de generación de electricidad, una fabrica de pabilo, otra de liencillo y, más que fábricas, talleres artesanales ampliados de muebles, zapatos, sombreros, cigarrillos, velas, jabones… generalmente pequeñas y de corta vida. 
Al convertirnos en país petrolero, el carácter de enclave de esta actividad y la conversión del Estado en rentista, limit´ la capacidad de generar las industrias características del período.  Los efectos de la explotación petrolera sobre la mediocre economía que había permitido mantener la integridad territorial e instituciones nacionales, son harto conocidos, al igual que los que marcaron las tendencias de la redistribución geográfica de la población ajena a toda lógica.  El mercado que permitió la economía petrolera tampoco alcanzó para el establecimiento de las industrias posibles en el modelo primario exportador, que fue abastecido con importaciones.  En la mayor extensión del territorio prevaleció una población rural, suficiente en la mayor parte de sus necesidades, y alrededor de las áreas de actividad petrolera, densos núcleos urbanos que sobrevivían de los ingresos del mínimo porcentaje de la mano de obra empleada directamente en esa actividad.  La demanda generada aquí, y en los núcleos urbanos administrativos, no era suficiente para que emergiera una industria local… salvo las excepciones planteadas en el párrafo anterior y unas pocas más que aparecen aprovechando la protección natural máxima y la sombra del régimen gomecista.
En 1907 se establece la primera fábrica de cemento, la única hasta 1930; en 1908 aparece Lactuarios Maracay; la industria textil como tal, apareció ya muy cerca de los treinta (Telares Maracay,1927).  Son ejemplos casi únicos de los tipos de industria posibles bajo el modelo primario exportador detallados en el escrito anterior: protección natural por el alto costo de su traslado, carácter perecedero del producto y baja composición de capital.  Ligado directamente al sector exportador, aparecen las refinerías San Lorenzo (1917) y La Salina (1925), de la Shell y la Creole, respectivamente.  Aparte de lo nombrado, sólo se dio la generación de electricidad en las ciudades más importantes, y distribuidas por todo el país, tenerías, trapiches, aserraderos, destilerías, imprentas, hornos de cal, fábricas de aceite, hielo, fideos, muebles, zapatos, sombreros, cigarrillos, velas, jabones …
Las industrias presentes fabricaban para el mercado interior, salvo las de azúcar, panela y cueros, que tuvieron cierta presencia en las exportaciones del país. 
El principal “industrial” de la época fue Juan Vicente Gómez, que no sólo lo era de fábricas creadas directamente, como las numerosas edificadas en Maracay, sino que pechaba en acciones todas las importantes que se establecieron.  Como anécdota, al saber que un inmigrante en territorio merideño pensaba establecer una fábrica de cemento, le condicionó el permiso a la cesión del 50 % de las acciones.  Sin demostrar su absoluto desacuerdo, el promotor encontró suficientes razones para no continuar con su proyecto.
Fue esa escuálida industria la que generó “industriales” que bien pronto descubrieron que la verdadera mina de riqueza estaba en la importación de bienes manufacturados, es decir en el papel de “comerciantes”.  De burguesía, poco o nada; de poder político, cero; y el social se lo otorgaba el apoyo irrestricto a Gómez, la fidelidad a su gobierno.  Sencillamente formaban parte, no diferenciándose por comportamiento alguno, de esa clase social cuya riqueza derivaba de la posesión de la tierra y la salpicadura de la corrupción en el manejo de las finanzas públicas, que menguaba a la sombra del régimen y constituía su apoyo fundamental… en toda la historia del país, esa clase ha estado muy vinculada a dictadores y déspotas.  Desde luego, los apellidos de esos señores eran Zuloaga, Boulton, Mendoza, Delfino …

 El próximo escrito lo dedicaremos a examinar la otra frustración del aparecimiento de la burguesía en Venezuela, en el período de la crisis 1929-1954, origen de otro ramal de la burguesía latinoamericana, gracias a la industrialización por sustitución de importaciones.
       

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