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viernes, 17 de octubre de 2014


  
Cuando la FUGA es hacia la ciudad por humanizar


 Desde el despegue cuantitativo de la Universidad de Los Andes, pero cada vez más independiente de ella, Mérida ha albergado olas de propuestas artísticas, subsidiarias la mayoría, algunas de vanguardia.  Esta renovada presencia ha tenido como denominador común la intención de subvertir, así se haya negado expresamente el carácter político de algunas de ellas; los aportes coincidentes con la ideología merideña, los que podríamos englobar en la formalidad académica, han sido escasos y carentes de gravedad.  Los subversivos, no por ello hicieron mella en la espesa ideología del medio donde se desenvolvieron; es más, ni siquiera hubo la necesidad de ser anatemizados, salvo una singular excepción… es decir, fueron inofensivos.

Dejando al lado las características de las propuestas, su valor, contemporaneidad, intensidad, carácter insumiso… su transcurso por la ciudad apenas dejó huella.  Comprometieron a pocos, influyeron en menos, cambiaron a nadie; fueron de minorías para minorías, gozaron del regodeo proporcionado por hacer el bucle o morderse la cola.  Con la sorprendente tolerancia que otorga la dependencia económica, eran calificados de loquitos por el grueso de la sociedad, que les permitía hacer sin escandalizarse. 

Para la ciudad y sus habitantes se levantaron cines, museos, galerías, teatros… que sin cumplir el objetivo de llegar a la gente, fueron presa de sus propias contradicciones, de los amarres teóricos, del desarrollo tecnológico y de la evolución capitalista de la ciudad.  A la llegada de Chávez, todo era mengua, inopia y pasado evocado.

La situación comenzó a matizarse, sólo a eso.  Las estructuras culturales creadas según patrones burgueses, sobrevivieron, se mantuvieron; así, la explosión de los creadores reprimidos, del arte emergente, se contuvo de tal manera, que terminó siendo implosión…situación que vivimos sin solución de continuidad.  Lamentablemente, la farsa, la simulación y la mediocridad manifiesta ha prevalecido entre los encargados desde Caracas de administrar el cambio cultural en la región; la delegación se ha dado con criterios que escandalizarían al más imperturbable y la marmaja se vendió como oro.

De repente, en este túnel, colores comenzaron a centellear.  Arte y propósito, fundidos, comenzaron a cubrir muros de la ciudad o estructuras descoloridas hasta el momento; a extasiar, refiriéndonos a valores, a rescates necesarios o al simple juego de despertar sentimientos, de ayudarnos a sobrevivir en una ciudad que no acaba de revisarse por la imposición ideológica de añorar un pasado que nunca existió.  Es la obra de una FUGA que apenas comienza.












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