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sábado, 3 de agosto de 2013

Las Cinco Águilas Blancas de don Tulio Febres Cordero presuntas cómplices de episodios de corrupción





Hubo pueblos andinos muy afortunados cuando el “interior” sólo era “monte y culebra”, como se decía en el inubicable “centro” del país.  Muchos tuvieron tempranamente acueducto, cloacas, calles asfaltadas, grupo escolar, medicatura, planta eléctrica, alumbrado público, teléfonos… y al jefe civil de uno de esos pueblos lo llamaron de urgencia desde Caracas para anunciarle que un funcionario nacido en el pueblo había conseguido “una platica” para la necesidad más apremiante, conminándolo a expresarla; el prefecto pensó un momento y la anunció: una plaza de toros.  Paso por alto las verdaderas carencias del pueblo, un mercado, el arreglo y asfaltado de los 12 k de carretera hasta el pueblo más cercano, obras de defensa contra la amenaza de quebradas, un campo deportivo… y desde luego que el pueblo nunca vio la obra privilegiada. (A ese pueblo dedicaremos nuestro próximo artículo)

¿Qué hizo el funcionario de marras?  Pues jerarquizar las necesidades del pueblo según su criterio de taurino, que es lo que parece estar pasando con obras aprobadas en el gobierno de calle realizado en Mérida.  Ya teníamos bastante de eso para repetir errores; ese criterio fue la partida de nacimiento de, por ejemplo, la trucha arcoíris en salto salmónido, obra cumbre del trucho gobernador Díaz Orellana.  Y en este momento lo es la inversión de 1.262.600 bolívares (“962.600 bolívares en la parte estructural y unos 300 mil bolívares más para la restauración de las esculturas…”) en la remodelación de la redoma de las Cinco Águilas Blancas, en La Vuelta de Lola, entrada Norte de la ciudad.

Tal como está redactada la nota de prensa, parece que se trata de algo muy especial, con tecnología de punta: águilas parlantes que “le dan la bienvenida a turistas y merideños quienes ingresan a la ciudad de Mérida a través de la carretera Trasandina”; además, “Las esculturas estarán acompañadas por una fuente que contendrá un diverso juego de luces que recibirá a propios y a visitantes”. ¡Lo que hay que ver!

Entre los “participantes” en la obra está quien la priorizó por delante de tanta necesidad real existente en Mérida y en la zona: Consejo Federal de Gobierno, Corporación Merideña de Turismo (por aquí jumea), consejos comunales (puede que por aquí) y compañías constructoras (jumean siempre) “que trabajan articuladamente en el embellecimiento de la Ciudad de los Caballeros” (otro mito, mayor que el de las cinco águilas, componente privilegiado de la “ideología merideña”).

 



Saltemos sobre la evaluación de las fuentes existentes en la ciudad, unas “no operativas”, otras que no aguantan una inspección sin que resalte el pésimo mantenimiento y el deterioro acelerado, como para desanimar la construcción de nuevas.  Saltemos sobre las necesidades urgentes en los alrededores de la obra, ámbito de los consejos comunales participantes: grave inestabilidad del talud de la terraza y el de la primera parte de la carretera al Valle, con amenaza de derrumbe de varias viviendas, ranchos recientes en una zona arborizada, inexistencia de servicios de salud (el más cercano, en La Milagrosa), crecimiento urbano anárquico en la cuesta de San Benito y en los alrededores del Mucujún, sitio donde el edificio de una antigua planta hidroeléctrica, convenientemente tabicado, fue convertido en residencia de varias familias damnificadas hace unos 25, 30 o más años, y siguen allí.  Saltemos el deterioro extremo de la casa, singular si no patrimonial, cuña en la salida hacia el Valle y hacia el Páramo; saltemos todo lo que obviaron quienes decidieron priorizar la remodelación de la redoma ante tanta necesidad real, para pasar a contarles el origen, no el mitológico, sino el real de esas águilas.  ¡Atención! Que este cuento es tragicómico y compendia muchos estilos de corrupción y pendejera, que en oportunidades viene siendo lo mismo.

La redoma fue producto de uno de los arranques urbanizadores que ha tenido (sufrido, en oportunidades) la ciudad; inicio de la flamante avenida Universidad, vía alterna a la Hoyada de Milla (Cruz Verde-Vuelta de Lola), inicio de la carretera Trasandina por el Norte de Mérida, que se había urbanizado densamente.  En esa redoma, desde 1971, a quienes ingresaban a Mérida “les daba la bienvenida” un señor muy serio, sin las alas enormes pero con libro y bastón en ristre.  Era nada más y nada menos que el primer presidente de Venezuela (1811-1813), el trujillano Cristóbal Mendoza, con la mirada en dirección a su tierra natal, como añorándola o queriéndose ir.


De repente la faltriquera de un alcalde (Colmenares, el mismo que le montó apartamento a Manuelita) le inspiró mudar a Don Cristóbal y “honrar” a Don Tulio dedicando la redoma al mito de las cinco águilas recreado por él polifacético intelectual merideño.  Algún escultor se prestó para el proyecto y pronto fueron colocadas con un helicóptero (muy pesadas las aves) cinco águilas en sus pedestales.  Malestar entre unos tres trujillanos guapos (uno, que fue de los alcalde más depredadores de la ciudad), que asumieron la ofensa a su paisano y quisieron raptarlo para llevarlo a Trujillo.  No pasó de la alharaca, porque Mendoza terminó en una placita marginal, frente al Colegio de Abogados, en Zumba, el otro extremo de la ciudad, donde continúa impertérrito, “entre abogados”. 

Pasó el tiempo, todo se olvidó, y las águilas comenzaron a verse como si siempre hubiesen sido las dueñas de la redoma.  Pero, pero, pero, de repente, les acometió una extraña enfermedad: una sarna que arruinó la pátina colocada sobre el falso bronce; comenzaron a pelarse, a escarañarse, a expulsar una substancia gelatinosa, repugnante… tanto como la corrupción que comenzó a evidenciarse y la impunidad omnipresente.

Chiste fue, chiste vino y el alcalde del momento (Belandria) era de la misma pata del perpetrador; la oportunidad para la crítica no se desperdició y el deterioro de las águilas sarnosas creó un ambiente de reproche que no se detuvo hasta que apareció un emergente: el amigo reptor de la ULA del momento (Genry Vargas), uno de los más reptores que la universidad ha tenido, el que con un combo corto en número pero ahíto de intereses ahogó el último movimiento serio de renovación surgido universidad adentro, el aplicador de “lo único permanente es el cambio”, con lo que reemplazó las solicitudes de Asambleas de Facultad y convocatoria al Claustro y capó el proceso de rebeldía.

Pues sí, el reptor regaló del propio peculio de la universidad cinco águilas de legítimo bronce, las que ahora van a restaurar por “unos 300 mil bolívares”.  A las águilas sarnosas las bajaron de sus pedestales y las nuevas izadas con una vulgar grúa, sin necesidad de
helicóptero… no eran tan pesadas.

Se justificó la acción (el espíritu de complicidad) del reptor anunciando el comienzo de un plan de reordenamiento urbano que la Facultad de Arquitectura había preparado para esa zona de la ciudad, cuyo segundo paso no se ha dado después de aproximadamente 10 años del remplazo de las águilas.


Igual que las primeras, años después ya ni los vecinos más próximos recordaban nada y todos creían que por lo menos desde Don Tulio estaban esas águilas allí.  Hasta que se aprobó la nueva remodelación, ya muy adelantada y que estará lista “para la segunda quincena de agosto, adornando aún más los ya hermosos paisajes de la ciudad de Mérida” (SIC, lo juro).  Sorprendente la velocidad de ejecución, para el ritmo con que se construyen las obras en Mérida: urbanismos grandes y pequeños paralizados desde hace 8 meses, elefantes rosados ya muy crecidos (INCES, Cinemateca, Planta de leche, por ejemplo) con cuatro a siete años de iniciados…) y que alguna vez presentaré en sociedad por esta vía. 



Se me fue la pita y la cometa me subió mucho; es hora de recogerla, no vaya a ser.  Mientras, esperaremos la inauguración de la obra, que no me perderé para ver las caras de quienes la presidan, sabiendo como ahora saben que esas inocentes cinco águilas broncíneas han estado envueltas en varios escándalos de corrupción o pendejería, y sabiendo, como ahora saben, que organismos como Cormetur pueden tener otro destino más social, más político, más necesario, más pertinente, más revolucionario, sin necesidad de hacer maromas para justificar seguir utilizándolo como lo hicieran Porras y Díaz, imbuidos del perverso concepto de turismo propio de la “ideología merideña”, y cabalgando las responsabilidades de un alcalde sinvergüenza, ayudándole a aplicar recursos ahorrados en la promoción del pichón de Coproles, el fraude de candidato a alcalde del Libertador de la MUD.  Cormetur es el revólver con que un único candidato juega a la ruleta rusa.

Hasta pronto, recordándoles que que en el blog (http://www.frontinoso2.blogspot.com) hay fotos de toitico lo chismiado.



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