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jueves, 20 de junio de 2013



Y yo que, como muchos de ustedes, estoy a punto de ¿desespero? ¿dudas? ¿fe absoluta?




Y yo que comía granos de maíz y de grano en grano iba llenando el buche.

Y yo que seleccionaba en la hojilla argumentos filosos para blandir en los cuarteles enemigos.

Y yo que observo iconoclastas arremetiendo contra figuras que el tiempo ha respetado por su entereza de granito.

Y yo que no soporto a los pisapasito sabihondos con cara de yo no fui, y tengo que seguir viéndolos pontificar de cuanto tema emana del pozo de la sabiduría.

Y yo que me desarreglo por los chabacanos de argumentos intencionados (bien-o-mal-intencionados, no importa) y no puedo evitar observarlos pasar con sus carretillas llenas de bazofia recién depuesta.

Y yo que no abandonaré aporrea porque me permite otear por dónde van los tiros y decantar preocupaciones fútiles.

Y yo que aprecio más la opinión concentrada que las noticias omnipresentes, y veo que escurre a mayor velocidad la primera, como evitando ser confrontada.

Y yo que tengo por vicio medir, contar, pesar, ordenar, marcar, como cualquier marchante de la realidad, y estoy perturbado por la tardanza hasta de zurcidos necesarios.

Y yo que observo a oidores dejar de serlo exactamente cuando escuchar es cuestión de vida o muerte.

Y yo tasador del pragmatismo absolutamente necesario, testigo ahora de que la práctica se convierte en vicio.

Y yo que rebusco las incontables frases celebres que condenan la impunidad y no encuentro la de desacralizar la que campea en estos tiempos de florecimiento de la doctrina.

Y yo que aprecio las orejas políticas inmensas y las bocas reducidas y veo cómo se invierten mis preferencias.

Y yo que sé que el futuro es ya y contemplo verlo pasar desde poltronas vibradoras.

Y yo que salí de la decepción total por la palabra que manaba de la integridad de un guerrero, para percibir cómo se está apagando el eco.

Y yo que combato con ardor el pesimismo, pero me está saliendo por los poros no cubiertos.

Y yo que perdí la fe pegado a la ubre más pródiga, ahora celebro mi pérdida al ver tanto eclesiástico endemoniado asperjando anatemas contra el pueblo en marcha.

Y yo que aprendí a mirar con los ojos del pueblo y admiro su andar seguro por saberse protegido contra espantos y calamidades.

Y yo que aposté a la locura como el mejor don de los sabios y veo que se impone el dominio de los cuerdos.

Y yo convencido de que si el fracaso arremete serán doscientos años más de desandar los pasos perdidos.

Y yo que estoy convencido de que la crítica sistematizada, convertida en síntesis, es el combustible de los reactores sociales y es apagada en su origen.

Y yo que he encontrado que la ortodoxia mata lentamente, pero sin piedad, y se está expendiendo sin receta.

Y  yo que transito más de allá que de acá, asazgenario, sacando fuerza de flaqueza para tratar de colarme por una rendija del poder hacer, encuentro el esfuerzo inútil y frustrante.

Yo que sé que un silenciado puede dejar divagando a necesitados, invito a llenar de ruido y ecos los entresijos de la Revolución.

Yo que puedo desgastar teclados con eso de “y yo que”, me detengo porque debo seguir existiendo sin abatirme.


Enlace de este artículo en aporrea.org



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