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sábado, 20 de abril de 2013

(Historia para Fundamentar - Artículo)





DISEÑO DE ESTUDIO DE LA HISTORIA DE LA PROPIEDAD TERRITORIAL
EN VENEZUELA


6.  (Vaya al "Resumen 2012 de Historia para Fundamentar", pestaña "Asesoría, etc.",  para ubicar en el blog  las entregas anteriores de este ensayo)


 El siglo XIX fue el decisivo para la transformación radical del sistema de tenencia de la tierra, hacia uno caracterizado por el predominio de un tipo de propiedad que sustentó la oligarquía agraria, clase hegemónica de la sociedad venezolana hasta bien entrado el siglo XX.  Quiere decir que sin un conocimiento de la historia del siglo XIX, es imposible seguirle los pasos a la evolución de la propiedad territorial hasta la constitución de un solo tipo de propiedad, la Gran Propiedad, en detrimento de todas las que históricamente existieron… y resulta que el siglo XIX es el peor estudiado, el más mal-tratado de toda la historiografía venezolana.
Pretender estudiar y comprender el XIX venezolano a partir de la historiografía positivista, es una pérdida de tiempo, y hay poco aparte de ella.  Los positivistas fueron imprescindibles en la conformación de los Estados liberales-oligarcas, y aparte de sustentar como filosofía política la modalidad de liberalismo dada históricamente, lo que resuelve la paradoja liberal-oligarca, usaron la historia como arma para desmantelar los obstáculos históricos que impedían la implantación definitiva del capitalismo, resumidos en el llamado “caudillismo”.  Así, toda la historiografía positivista lejos de estudiar el período, se limita a desprestigiar con todos los epítetos inimaginables, al caudillismo; su propósito era execrarlo, destruirlo, convertirlo en la “maldad” antagónica a la “bondad” que instituían, acusarlo de todos los males existentes y, sobre sus cenizas, crear la nueva legalidad.  Bueno, realmente, más que crear, justificar una legalidad represiva, que anteponía el orden a la obtención del progreso.
Para comprender mejor la manera como la historiografía positivista trató al caudillismo, traemos otro caso de la utilización de la historia como arma, sucedido durante nuestro ciclo vital y que enunciamos de manera semejante:  Pretender estudiar y comprender el “populismo” a partir de la historiografía neoliberal, es una pérdida de tiempo, y hay poco aparte de ella.  Los intelectuales neoliberales fueron (siguen siendo) imprescindibles para destruir teóricamente todas las formaciones históricas que obraban como obstáculo para la implantación hegemónica del neoliberalismo que, en el caso latinoamericano, no eran de origen socialista, sino populista.  La arremetida pues, no fue contra el socialismo que los enfrentaría y está enfrentando como alternativa, sino contra el populismo, y fue de tal manera intensa, que lograron crear la más grande confusión alrededor de esta categoría, desconcierto que no se había visto en la historia.  Hoy en día pocos saben a ciencia cierta qué es populismo; pocos lo tratan como la única oportunidad histórica de desarrollo capitalista autónomo de algunos países de América Latina, en un período perfectamente acotado de su historia, con unas expresiones políticas e ideológicas muy particulares, propias del marco de crisis del capitalismo donde se desarrolló.
Hasta tal límite llegó la descalificación imbuida en el término, que a un presidente o alto funcionario latinoamericano le decían ladrón, corrupto, asesino, genocida… y sonreía falazmente; pero le decían populista, y se desfiguraba y temblando aclaraba, “no, no, yo no soy populista”.  Ni en estos momentos de Revolución se ha tomado conciencia del significado del populismo para América Latina, se sigue utilizando la categoría incorrectamente y se acepta como término de descalificación de políticas sociales dirigidas hacia el pueblo, su empoderamiento y participación política.
Desde luego que sólo planteamos como ejemplo a ambos usos de la historia; un análisis mayor no se hará aquí para no desviar los objetivos del ensayo.  En cuanto al caudillismo y la interpretación interesada de los positivistas (tanto los de la época de consolidación del Estado liberal-oligarca como sus seguidores ahistóricos), debemos decir que jamás vieron la coherencia perfecta entre la regionalización, la realidad económica pre-capitalista y la manifestación política caudillista; era fácil de resolver, pero los intereses de los positivistas apuntaban a otro blanco: la consolidación de un Estado que aceptara la incorporación del país al capitalismo mundial, bajo el condicionamiento de ejercer un papel determinado en la división internacional del trabajo, la producción y exportación de alimentos y materias primas y la importación de bienes manufacturados, capitales e inmigrantes.  Este afianzamiento del Estado no se daría en Venezuela durante el siglo XIX, pero los intentos de lograrlo fueron permanentes.

Cuando "caudillismo" y "populismo" se sacan de su contexto, área y temporalidad, pierden la calidad de "categoría" y pasan a ser fonemas más del idioma, con el significado que se les atribuye.  Pretender extrapolarlos a ámbitos históricos recientes, generalmente tomando en cuenta una o varias características sobrevivientes (no las definitorias), es una pretensión ridícula, una ausencia de teoría de análisis o una intención perversa.  Con el populismo es una práctica muy frecuente, o por la superficialidad de su estudio o porque el neoliberalismo sigue vivo y coleando; con el caudillismo, salvo replanteamientos históricos recientes, ya nadie se mete para compararlo con situaciones actuales, con excepciones, como una muy reciente (01/04/13) del laureado y comprometido académico Carlos Roitman, que me despabiló.



Terminada la Guerra de Independencia el aparato productivo estaba en ruinas, catástrofe de la cual se fue reponiendo con mucha lentitud.  La recuperación se fue produciendo en función de los modos de producción preindependentistas en el mismo marco regional.  Idénticos rubros, las mismas relaciones de producción, incólumes tras la guerra, la misma débil relación internacional neocolonialista; incluso, en amplias regiones bajo el entorno de una cuasi autarquía.  La tierra, pese a su baja capacidad para generar capital, seguía siendo el medio de producción más atractivo, pues siempre existía la esperanza de la vuelta a la, comparativamente, boyante situación económica de finales del XVIII y comienzos del XIX.  Sin importar la tardanza y velocidad de la recuperación esperada, los propietarios de la tierra y los comerciantes nutridos de la misma savia original, emergieron como la clase republicana dominante, sometiendo a toda la sociedad al destino marcado como más beneficioso para ella.  Una de las circunstancias que producía la tardanza en la recuperación económica fue la frecuencia de guerras intestinas, en las que subyacía, aún cuando solapados, los muy desequilibrados intereses regionales específicos, en un país cuyas fronteras eran más herencia de una realidad colonial que una unidad político-administrativa.  Esas guerras, en última instancia , fueron el empeño sin fundamentación real de grupos oligárquicos por ejercer la hegemonía en la totalidad del país y la oposición de otros grupos, más débiles, a renunciar a su bien establecido y justificado poder regional. 
La pervivencia de las relaciones de producción precapitalistas en una economía deprimida significó altos niveles de explotación de la mano de obra y la existencia de contingentes muy numerosos de población sin tierra ni empleo, situación que, aunada a la frustración de las promesas incumplidas de indemnizar con tierras la participación en las guerras, propició una inseguridad rural extrema.  Ni las arbitrarias y represivas "leyes de policía", verdaderos adefesios legales, dirigidas contra los "vagos y maleantes", ni las más extremas como la Ley de Hurtos, que incluía la pena de muerte contra los cuatreros, detendrían el cuatrerismo y el bandolerismo presente en el campo venezolano, conductas que, en última instancia, pudieran considerarse como de rebeldía social frente a una entelequia política nacional, pero con un interés de clase de mantener la explotación.  El éxito de la Guerra Federal está parcialmente explicado por la conciencia social en formación entre los desposeídos de poder acceder a la tierra mediante la lucha armada, pero sólo parcialmente, pues fueron numerosos las rebeliones de origen agrario, anteriores y posteriores a la gesta federal, que fuero sometidas a sangre y fuego.


En este siglo también se depura la tenencia de la tierra de cualquier consideración no económica, presente aún en la última parte del período colonial.  Ya no es el prestigio que da la posesión de la tierra lo que puede explicar la propensión a poseerla, sino sólo el poder económico que otorga, consideración que va aumentando en la medida en que la economía se recupera y la tierra se convierte e la mayor generadora de riquezas.  En la misma medida la voracidad por ella va en aumento, en detrimento de quienes la poseían en modalidades diferentes a la propiedad privada legal, comunidades indígenas, cabildos, Estado, pequeños y medianos colonizadores de reciente data, esclavos fugados…
A plantear la definitiva tendencia a la desaparición de estas formas de propiedad en aras de la Gran Propiedad, dedicaremos la siguiente entrega de este ensayo.





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